Nun Va Goldoon (Mohsen Makhmalbaf, 1996)

Una de las cosas que sigue haciendo que el cine sea uno de mis mayores intereses es cómo actúa como una plataforma para miles de voces que, pese a barreras culturales aparentemente gigantescas, pueden presentar de una forma u otra una visión general muy similar sobre el mundo, algo anclado en la naturaleza humana, y ante la que uno no puede hacer nada más que asentir. Pero eso no quiere decir que un artista que toma la decisión de ilustrar de forma realista un evento para transmitir dicha verdad no esté dejándose llevar por una pura ambición artística que toma a otras personas como rehenes de su visión. La línea entre arte y explotación, después de todo, siempre ha sido y será objeto de debate.

La honestidad con la que Mohsen Makhmalbaf ha querido contar su historia puede ser lo que le hubiese llevado a contactar al policía (Mirhadi Tayebi) al que hirió cuando llevó a cabo su lucha contra el sistema a los 17 años para escenificar ese horrible suceso. Y es posible que el ego de un director que quiere realizar una obra maestra haya tomado parte en esta decisión de revivir este evento. Pero no se puede decir que no sea admirable: Mohsen fue a la cárcel por este acto, y es dificil negar que el proceso de contar este evento es de todo menos placentero. Más admirable aún es tener en cuenta que la historia, no tanto del producto final como la de cómo se llega a él, da un protagonismo incluso mayor a Tayebi, un hombre que, al fin y al cabo, perdió 20 años y cambió el rumbo de su vida para siempre. Ambos hombres, mucho tiempo después, se ven involucrados en este proyecto por voluntad propia: uno parece tener nostalgia por el idealismo de antaño; el otro parece decidido a adoptar una nueva identidad, un actor, alguien que no tiene nada de lo que avergonzarse. Esta película será una terapia para él.

Tayebi gana nuestra simpatía en cuanto le habla tiernamente a la hija de Makhmalbaf sobre su deseo de interpretarse a sí mismo, y es imposible no sentir un ápice de lástima por él cuando resulta que no es más que un peón en su propio proceso de casting. Cuando su deseo de querer controlar el actor que le va a interpretar entra en juego y choca con los deseos de director, se puede notar cómo el antiguo policía ha luchado por dejar en el pasado su enfrentamiento con el hombre que ahora controla su propia historia. Tayebi quiere verse a sí mismo en alguien apuesto y con confianza, y no mirarse en un espejo como ocurre cuando conoce al joven actor (Ali Bakhsi). No puede soportar ver a ese joven que perdió su oportunidad con el amor, que podría haber llevado otra vida. Es posible que por ello Makhmalbaf, que nos da a entender que sabía cómo ésto le afectaría inicialmente a Tayebi, le da la oportunidad de moldear a su versión joven a su gusto. O tal vez sea porque el director está más interesado en la versión de su propia historia: al igual que él con 17 años, el actor que elige para interpretar a su "yo" joven (Ammar Tafti) quiere salvar a la humanidad a toda costa, pese a las burlas de sus compañeros. Y con la condición de hacerlo al lado de una joven que le subraya frases en sus libros y le obsequia con flores en las páginas.

El desarrollo de los dos personajes jóvenes nos da una nueva perspectiva de la historia: la recreación de la escena de violencia parece cada vez más una excusa para que tanto el director como el policía moldeen su pasado y, de un modo u otro, justifiquen la situación que les llevó a cambiar sus vidas irreversiblemente. Tayebi, ante la duda inicial de su pupilo, muestra con orgullo cómo el amor que sentía hacia una joven es esencial para la escena, porque era aquello que le definía, y aquello que ahora le empuja a tomar el rumbo hacia la actuación. En su mente, evocar a este romántico empedernido le permitirá trazar un círculo completo, y ganarse el respeto a los ojos de su amada. Y lo admirable es cómo Tayebi, con sus ocasionales errores y su encantadora torpeza, podría parecer una pobre víctima a merced de Makhmalbaf cuando se revela que dicha amada era, en realidad, cómplice del hombre que le asestó una puñalada. En una película que gira en torno a reconstruir la verdad, es fascinante (y terrorífico) ver lo frágil que es la realidad que podemos construirnos en base a nuestro deseo de amar y no malinterpretar nuestra suerte como un fruto de cosas horribles que no podemos controlar.

¿Y acaso este deseo no es razonable? ¿No es el paso lógico detener un rodaje de una escena de una película para ayudar a un grupo de personas a transportar un ataúd por la calle? ¿No es, como dice el joven Makhmalbaf, más lógico intentar cambiar el mundo enseñando a los demás, siendo un "padre", en vez de apuñalando a los opresores? El director adulto no acepta esta visión: al igual que Tayebi, no puede contemplar la idea de que no hizo lo correcto en su momento. Él es el director, y él piensa contar su historia, porque es la mejor forma de justificar sus actos. Este movimiento de empuje entre la supuesta ignorancia de la juventud y la "madurez" de los adultos es una excusa perfecta para que Makhmalbaf repita un mismo espacio temporal desde diferentes lugares. En esta película de apenas 80 minutos, el pasado se funde con el presente. Sea cual sea nuestra intención, no hay otra forma que moldear el pasado o aceptarlo, pero huir de él no es una opción. Por eso es tan agonizante ver a Tayebi enfrentarse a la crueldad de la realidad, de un modo similar a cómo Makhmalbaf tuvo que hacerlo. En el caso de Tayebi, su fantasía, su intento de lidiar con el trauma se ha prolongado más, y por ello su caída ha sido tan dolorosa. Y es irónico cómo sólo la empatía y el compañerismo que ha transmitido a su "versión joven" es lo único que le hace plantearse la posibilidad de quedarse en el rodaje.

Pero Tayebi es un adulto, y en un adulto sentir la pérdida de los años es mucho más dolorosa que en un joven con tiempo para ver cómo se desarrollan sus sueños. Pero estos jóvenes vivirán también una realidad dura, marcada en gran medida por los adultos que se han autoproclamado con el derecho de enseñarles cómo funciona el mundo. Incluso antes del desgarrador desenlace, el joven Makhmalbaf no puede avanzar sin romper a llorar por verse incapaz de "apuñalar" a la persona a la que, en teoría, ama, únicamente para recibir las instrucciones del director. Estos hombres experimentados no logran ver que, cuando se trata de capturar la esencia de ser humano, los frutos de ensayar un gesto romántico repetidamente palidecen ante una situación de compasión que surge de forma totalmente imprevisible. A veces, haber llevado la ambición cultivada durante años al extremo lleva a olvidar esta inocencia, y esto trae consigo, cuando el momento titular de la película ocurre finalmente, a admirar lo que se ha perdido tras años de lucha contra algo que, dentro de otros 20 o 30 años, tampoco podrá llegarse a comprender. En esta situación, que un artista dé un paso así, sean cuales sean sus intenciones para crear, es lo que hace que el arte se convierta en algo esencial para el alma.

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